domingo, julio 17, 2011

"Midnight in Paris" de Woody Allen

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Para ulular lastimeramente:

Su nada disimulado carácter de divertimento, con fases de realización descuidada, montaje patoso y frases declamadas sólo porque constaban en el guión (constátese todo ello durante la primera aparición buñueliana, aunque la segunda tampoco es que resulte mucho más gloriosa, la verdad). Que todos hayamos visto ya La rosa púrpura del Cairo. Y su escasísimo contenido argumental y dramático, con una moraleja a dos pasos de zambullirse en el Sena de la vergüenza ajena.


Para aullar efusivamente:
Que, pese a todo lo ululado en el parágrafo anterior, Woody Allen nos ofrezca tres o cuatro buenos momentos cómicos
. Que Owen Wilson no desentone, por exceso o por defecto, en el papel de héroe marca de la casa. Marion Cotillard, claro: ya pueden filmarla comiendo cacahuetes durante dos horas que al acabar la función seguiremos aplaudiendo con las orejas. Su banda sonora. El aplomo de Corey Stoll a la hora de dar cuerpo a un Ernest Hemingway erigido en literario oráculo de Delfos. Y, para nuestra ladradora sorpresa, un gran Adrien Brody.

El juicio crepuscular:
Érase una vez un director de cine a unas gafas redondas pegado que, habiendo dicho todo cuanto tenía que decir, ya como renovador de la comedia judía ya como principal discípulo bergmaniano en la tierra de las barras y las estrellas, decidió vivir su crepúsculo al otro lado del Atlántico, dejando que le pagaran aquí por tocar el clarinete, allí por utilizar la capital europea de turno como escenario de su siguiente proyecto fílmico. Fue así que, con diverso grado de acierto, se paseó por Venecia y Londres, por Barcelona y París, mientras escribimos estas líneas también por Roma. Y el público en ocasiones protestó y en otras ocasiones aplaudió, pero jamás dejó de quererle y buscarle porque en cada film encontraba inevitablemente algún eco de títulos pasados, de tiempos mejores, de carcajadas súbitas y de angustias eternas. Así fue, así seguía siendo y bien que estuvo todo ello.

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